SOBRE SCRIPTORIUM
El manuscrito como transmisor de conocimientos

Durante siglos, los manuscritos han sido la memoria viva de la humanidad. Pacientemente escritos o sabiamente iluminados, los libros han atravesado la historia, dando testimonio de ella y reflejando la actitud de los hombres sobre la vida y sobre sí mismos. Los muros de los monasterios eran los sordos testigos del trabajo de los monjes; el tiempo no existía para ellos y dedicaban muchos años a copiar e iluminar ricas miniaturas en códices únicos que eran trabajados como joyas. Sus vidas estaban dedicadas al culto y al trabajo, a la religión y al conocimiento, a la fe y a la belleza.

Las copias realizadas a partir de manuscritos, códices y documentos históricos difunden el arte bibliográfico, transmitiendo el placer sensible ante estos sorprendentes tesoros que pueden conmovernos, y que son capaces de revivir el minucioso trabajo de los monjes en el scriptorium y el amor de aquellas manos que cosían las páginas de pergamino. Pero sobre todo, estos manuscritos nos muestran el arte y el conocimiento, la creación y la reflexión de estos documentos, nacidos para permanecer en el tiempo como objetos de singular belleza y lujo, realizados como delicadas obras que ahora recibimos. Un facsímil (del latín fac simile, «hacer igual») es una copia o reproducción de un libro, manuscrito, mapa, grabado artístico u otro elemento de valor histórico antiguo que es lo más fiel posible a la fuente original.

El pergamino es un material de escritura con un largo y arduo proceso de fabricación, ya que la piel del cordero del que se hace -normalmente cordero, cabra, oveja o carnero- debe ser tratada específicamente para que sea un material útil y duradero. Su nombre proviene de Pérgamo, una ciudad de Asia Menor, fundada por Filetero en el año 238 a.C.

Según el escritor latino Plinio, el rey Atalo I fundó la biblioteca que alcanzó su apogeo con el rey Eumenes II (197 a 158 a.C.); en ella había 200.000 volúmenes. Esta biblioteca competía con la de Alejandría de tal manera que, según la tradición, el rey egipcio Ptolomeo Filadelfo dejó de suministrar papiros a la ciudad de Pérgamo. Como consecuencia de ello, la ciudad de Pérgamo desarrolló y mejoró la fabricación de este material de escritura para sustituir al papiro. Sin embargo, la primera evidencia del uso del pergamino es muy antigua: data de 2700 – 2500 a. C., durante la cuarta dinastía egipcia.

Según Heródoto y Ctesias, era muy utilizado entre los persas, aunque el pergamino más antiguo que se conserva es del siglo II a. C., contiene un texto griego y procede de Dura Europos. Entre los griegos era conocido como dipthéra y entre los latinos membrana, nombre que se utilizaba comúnmente durante la Edad Media, como el de charter membranacea.

El nombre de pergamino proviene de la expresión membrana pergamenea, que se utilizó por primera vez en el edicto de Diocleciano del año 301 a.C., conocido como Edictum de pretiis rerum venalium; el término pergamenum fue utilizado por San Jerónimo (330 – 420). El pergamino fue el material de escritura favorito en los siglos III y IV, hasta la introducción del papel por los árabes en Europa a finales del siglo VIII. Tras su difusión, siguió siendo el material preferido para los manuscritos iluminados durante mucho tiempo.

El método utilizado para obtener el pergamino comienza con la selección de las pieles, una por una, cuando aún tienen lana y pelo. Una vez seleccionadas las pieles, se ponen en remojo en una solución de agua y cal viva durante mucho tiempo, removiéndolas periódicamente para mojarlas todas. Tras esta fase, y con las pieles aún húmedas para facilitar el trabajo, se raspan manualmente, utilizando como herramientas cuchillas de hoz o de hoja curva, y eliminando todos los restos de carne que puedan quedar.

Este es un trabajo que requiere mucha experiencia y habilidad para no dañar la piel mientras se realiza. Tras esta operación, las pieles se vuelven a poner en remojo, sin lana, pelo ni carne, en agua clara durante varios días para que queden bien limpias y sin cal. El proceso de secado se realiza apretando las pieles una a una sobre un bastidor de madera para controlar su grosor y mantener las características de uniformidad del pergamino. Durante este periodo de secado, la piel se pule por ambas caras con una piedra pómez para conseguir un alisado natural. Una vez realizada la limpieza y la selección del grosor y el color, se aplica una resina natural sobre las pieles para facilitar la fijación del oro y las tintas.